PANDORA, ESPERANZA Y RESILIENCIA
Temores, padecimientos, deseos y anhelos fueron recuperados y transmitidos por los “mitos” en el mundo antiguo. Como “verdades psicológicas”, excluídas de la linealidad racional, se explicaron a través de sus representaciónes en el contexto de un guión existencial.
El titán Prometeo robó el fuego a los Dioses para entregárselo a los hombres, recibiendo el castigo de Zeus, quien además envia a Pandora con una caja – ánfora o jarra en la versión original-que bajo ningún concepto debía abrirse, como compañera de Epimeteo, hermano de Prometeo.
El nombre de Pandora, “la que da todas las cosas”- deriva de pan(todo) y doron (don, regalo)-, es finalmente vencida por la curiosidad y al abrir la caja escapan de ella todos los males que azotarán a la humanidad.
Sorprendida, se apresura a cerrarla quedando al resguardo solamente la esperanza.
Es en el inicio de nuestras vidas, en el encuentro originario del lactante con su madre, cuando es posible la emergencia de una mutualidad expresada en ritmos, sostén, gestos y palabras que auguran el incio de un vínculo teñido, al decir del psicoanalista Erik Erikson, de una “confianza
básica”.
Aún en situaciones de riesgo, de vulnerabilidad, el desarrollo de esta cualidad permite que un “vínculo afectivo de tipo protector y los comportamientos de seducción [permanezcan] al acecho de toda mano tendida” 1
Este sentimiento, peldaño arcaico en la construcción de nuestros recursos interiores, sostén de nuestra subjetividad, dota a niños y niñas de un sentimiento integrador que los resguarda de vivencias tales como el alejamiento de la madre. Sin confianza, podrían quedar inmersos en
emociones de ansiedad o rabia.
Pero esta regulación mutua que experimenta el lactante siempre está expuesta a pérdidas de coordinación y entendimiento, que requerirán de una restauración para evitar una “aguda depresión infantil o un estado de duelo leve pero crónico.” 2
Es la posibilidad de un “encuentro resiliente”, a forma de re-unión simbólica, la que volverá a dotar de sentido a la experiencia de vivir y al despliegue de una creatividad vincular.
No se trata de una cualidad personal ni de un “yo fuerte”, sino de la posibilidad de retomar el desarrollo y la confianza en nuestros recursos, junto a una esperanza enlazada con otros. Este proceso habilitaría una modificación en la representación del trauma.
De ahí la importancia de lograr un ambiente educativo que ofrezca a la infancia un espacio activo desde lo lúdico y la creatividad, donde se puedan representar, a través de una diversidad de mediadores, emociones y relatos que obstaculizan la difícil experiencia de crecer.
Cuando lo conseguimos, la caja de Pandora nos recuerda que la resiliencia ganada a través de innumerables dificultades e infortunios es la llave que abre las puertas hacia la esperanza.
- Cyrulnik, B. (2005). LOS PATITOS FEOS: La resiliencia, una infancia infeliz no determina la vida.
Ed. Gedisa: Barcelona, España. (p. 213) - Erikson, E. (1983) INFANCIA Y SOCIEDAD. Ed. Hormé: Buenos Aires, Argentina. (p.69)