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Martes, 2 de Enero del 2024

LA VEJEZ Y SUS DESTINOS

   GERIATRISMO

     Cuando René Spitz, en 1945 define al Hospitalismo como el conjunto de perturbaciones somáticas y psíquicas durante los primeros 18 meses de un bebé abandonado a los meros cuidados de “necesidad” en una institución hospitalaria o asistencial, sin el entramado psicoafectivo-simbólico emergente del intercambio con su madre, aportó una nueva mirada sobre la relación madre-lactante.
     Se impulsaron modificaciones altamente positivas en la atención de estas interacciones precoces. Frustraciones vinculares, que si no son revertidas dentro de ciertos plazos exponen al bebé a una experiencia de fragilidad y riesgo de muerte en los casos más severos.
     Habiendo sobrevivido a estas primeras pruebas existenciales, nos acompaña la promesa del crecimiento y el futuro despliegue de la vida adulta. Inmersos en la plenitud de nuestras posibilidades, casi sin ser conscientes, nos vamos adentrando en la presenescencia. 
     Aproximadamente, a partir de los 45 y hasta los 65años, el deterioro de las capacidades físicas, mentales, sensoriales y motrices nos van introduciendo en la vejez propiamente dicha. Cada uno a sus tiempos (envejecimiento diferencial) fundamentalmente en relación al “estilo” de vida anterior, y a la importancia de afecciones padecidas tanto somáticas como psíquicas.
     Sobre los 50 años se inicia la disminución del peso de los órganos –  el cerebro es el menos afectado-, las neuronas se enrarecen y prolifera la oligodendroglia (Henry Ey, 1980). Destacan sentimientos ansiosos y depresivos en los trastornos mentales de la senilidad, asociados tanto a situaciones concretas, siendo muy comunes las de pérdidas, como a la descompensación de una subjetividad enmarcada en el cambio de “escenario” vital. 
     Se experimenta una mayor sensibilidad a la fatiga, menos capacidad para sostener esfuerzos e iniciativas, mayor rigidez en rasgos que ya estaban presentes, mientras otros sufren modificaciones.  
Tristeza, impaciencia, irritabilidad y repliegue sobre sí mismo acompañan a quienes no encuentran una adaptación satisfactoria a esta etapa. Dificultades económicas y vinculares, la vivencia de la sexualidad sujeta a los roles socialmente definidos en relación a los rangos de edad, y sin sentimientos de pertenencia valiosos en lo social.
     La entrada a la vejez propiamente dicha resume todas estas variantes en la experiencia de un acontecimiento multidimensional que refleja en su tratamiento la perspectiva más o menos humanista de la sociedad. Históricamente, esta perspectiva ha sufrido diversos enfoques.
     Desde los Inuit (esquimales) que al llegar a una edad donde ya dejaban de ser “aportantes” al grupo, en una comunidad con extremas dificultades para sobrevivir, se alejaban y se dejaban morir de frío como último tributo al bien común, hasta el Senado de la Antigua Roma, que valorizaba la vejez como etapa de sabiduría, de recupero de experiencias y aprendizaje. De ahí su nombre, proveniente del latín Senatus, asociado a la raíz Senex (anciano). Podían aconsejar, indicar un camino, hablar desde la perspectiva del tiempo transcurrido, de pruebas superadas. Hoy esta opción es casi inexistente.

Entonces yo veía la vejez desde afuera, nada sabía de lo que haría crecer en mí, de lo que
surge cuando uno abandona los ya inútiles remos y se deja llevar por el gran río.
Muchas cosas que antes me parecieron importantes, y a las que dediqué el furor y el tiempo,
ya no las tomo de igual manera como si lo grave se fuera reduciendo a lo decisivo […] ahora 
comprendo porque los pueblos arcaicos tenían tan en cuenta a los ancianos. La creencia
general es que su sabiduría viene de lo que han vivido cuando creo que lo fundamental en 
ellos, lo que otorga sabiduría, viene de lo que están por vivir, la muerte que uno lleva en sí, 
como dijera Rilke, es lo que da al hombre su valor.

ERNESTO SÁBATO en “LA RESISTENCIA”

     La crisis sanitaria del Covid, que ha incidido en tantas muertes de ancianos/as alojados en geriátricos –amablemente bautizados como “residencias”-, nos impone una reflexión acerca del impacto de estos espacios en la salud y los estilos de gestión con los que son llevadas adelante.
     Desde su inicio hasta hoy, atravesando distintas geografías, los/as “adultos/as mayores” fueron el sector más discriminado. Se universalizó un modelo aislacionista. Sin visitas, con los espacios grupales suspendidos, encerrados en sus habitaciones, agotados emocionalmente, algunos fueron dejando de comer… porque el deseo de vivir es frágil y requiere de contenciones vinculares. Hubo excepciones. Responsables de estas instituciones abrieron las puertas a un patio, a sentir la vida, pero fueron tratados como irresponsables. Acusados de lo que hoy se ha dado en llamar “negacionismo”.

Hemos observado que, cuando los ancianos se acercan al refectorio en un geriátrico, lo hacen
con más necesidad de hablar que de comer. Sus dificultades para caminar los ponen en
desventaja y les molestan los temblores. A pesar de estos obstáculos, se toman un cuarto de
hora para llegar y sentarse allí, con la esperanza de que a su alrededor alguien habrá de 
producir el acontecimiento de la palabra. Observamos entonces que, al igual que los niños en la
guardería, entre los adultos que comparten una comida uno de ellos asume la función de
inductor de la palabra y alrededor de ella se organizarán todos los libretos conductuales
relacionados con la comida.

BORIS CYRULNIK en “EL ENCANTAMIENTO DEL MUNDO”

    ¿QUE REPRESENTA EL INGRESO A UN GERIÁTRICO?

     Una experiencia de extrañeza, abandonar el espacio personal, estar desprovisto de los lugares y lazos que acompañan en lo cotidiano. La transformación de la gran mayoría de ingresados/as muestran al poco tiempo los signos de una importante decadencia psicosomática. La experiencia de vida deja de tener sentido. Ser aparcados/as en esta especie de muerte cívica, inducidos a una pasividad donde los cuidadores decretan horarios y actividades. Asilados, exiliados. Se les exige una cuota de adaptación en medio de un destierro existencial. 
     Ya casi nada ni nadie los/as incita a sostener el deseo de vivir…Llegados a una edad donde los proyectos no tienen tiempo y donde el pasado se reduce a ocasionales visitas, la vida se desmantela poco a poco. Mucho se habla de la vulnerabilidad en salud que implica la edad y poco se habla de la relación del sistema inmune con estas experiencias lindantes a la desvalorización. 
     El suicidio en la vejez está rodeado de silencios que casi lo naturalizan. Le damos poca importancia a la tristeza en la vejez, casi como considerándola inevitable. Es en esta etapa de la vida cuando se disparan los números de suicidios, tanto en forma pasiva, dejarse estar, no comer, descuidar tratamientos y medicaciones, como en formas activas.
La relación entre suicidios intentados y consumados en la vejez es de 2 a 1 y en los/as adultos/as jóvenes de 7 a 1. Destaca un incremento alarmante en mayores de 60 años. Un rango de población muy afectada.
  Revertir estos números implica una nueva mirada sobre sus condiciones de vida afectivas y relacionales, institucionalizados o no, junto a la necesidad de recuperar roles significativamente reconocidos por la comunidad.
     Es de esperar que esta crisis, esta especie de gerontofobia, nos ayude a visibilizar estos “espacios condicionados” por el silencio y la regresión.
     Llamo “geriatrismo” a este síntoma psicosomático, existencial, que a pesar de los buenos cuidados a la “necesidad” de  ancianos y ancianas, se termina induciendo por el desarraigo, la falta de autonomía, de afectos y de proyectos. Mutados en una población dependiente y con los mecanismos de envejecimiento acelerados. Abandonados/as de palabras y encuentros significantes, restos de la otrora identidad se van diluyendo en las tan temidas afecciones.

     “Soy como un camino por la noche, que escucha, en silencio, los pasos de sus    recuerdos”  

RABINDRANATH  TAGORE en “PÁJAROS PERDIDOS”

    ¿Cuál será el relato que narre este mal-trato? Entre las ambigüedades de lo dicho y lo no dicho algo del orden de la ética se escinde de las palabras. Y el sufrimiento silenciado se tornará síntoma en las generaciones futuras. 
     Nos precedieron y cuidaron, en gran parte sus vidas se sostuvieron con la esperanza de nuestro futuro. Se impone repasar la clínica de la vejez, generando una solidaridad transgeneracional que garantice la inclusión en una existencia digna.

   PROPUESTAS

  • Crear auditorías interdisciplinarias de especialistas en geriatría que puedan evaluar y certificar tanto el grado de deterioro como la voluntad de ingresar a un geriátrico.
  • Establecer programas con un seguimiento de prestaciones en Salud física, Mental y Creativa
  • Privilegiar las terapias no farmacológicas. Hasta un 40% de Alzheimer podría ser evitado con un régimen de vida sano y activo. El ejercicio físico aumenta la función cerebral, su plasticidad y disminuye el riesgo de patologías neurológicas.

     “Los buenos médicos clínicos saben que no se puede “envenenar a los ancianos
     “empastillándolos”. No se puede emplear un medicamento (¡o varios!) para cada mal. Si es
      necesario tratar con fármacos, el objetivo debería ser que el anciano tome cuatro 
      medicamentos distintos al día como máximo”

      GÉRVAS, J. Y PÉREZ-FERNÁNDEZ, M.  en “LA EXPROPIACIÓN DE LA SALUD”

  • Fomentar propuestas que habiliten el intercambio intergeneracional y la inserción significativa de ancianas y ancianos en la comunidad.

   UNA VENTANA VACÍA

     Mi anciana vecina vivía sola. Carácter amable y risueño, gestionaba con mucha eficiencia su vida cotidiana. Aún disfrutaba de realizar pequeñas labores domésticas, y por sobre todo, de sentarse en el porche de su casa, especie de centro social para el vecindario. Viuda y con un único hijo fallecido. Con la llegada del Cóvid  y el frío, pasaba los días sentada detrás de un ventanal que daba a la calle.
      La calle se fue vaciando. Bruscamente, los saludos, las voces, los encuentros compartidos cesaron. Día tras día, la soledad se fue imponiendo, como una forma intensa de frustración que fortalece las fragilidades y nos aparca en un lugar de desconocimiento de nosotros mismos. Sufrió una descompensación por la que fue hospitalizada. Primer tramo de angustia. Régimen imposible de visitas. Un segundo tramo geriátrico. Aislamiento. La veíamos detrás del vidrio de una ventana.

“¿Cómo se produce la transmisión del deseo de una generación a otra? A través de un testimonio encarnado acerca de cómo puede vivirse la vida con deseo. El regalo del testimonio es el don del Otro que hace posible la herencia”

MASSIMO RECALCATI en “EL COMPLEJO DE TELÉMACO”

     No podíamos compartir un abrazo ni tan siquiera escucharnos. Nos habíamos convertido en meras imágenes.
     Las “políticas sanitarias” desoyeron todo reclamo humanístico, depositando la promesa de cura en la medicación y la obsesiva consigna de aislamiento.
     Innumerables víctimas solitarias, excluidas por ley al acceso de sus familiares, dieron origen a una catástrofe simbólica que aún hoy nos interroga. Ley que no fue igual para todos…los usuarios de turno del poder dispusieron de tiempos y espacios libres de restricciones.
      Su deseo se ha replegado. Nada ni nadie la anima.
     Mi vecina murió a los dos meses de esta travesía hospitalaria-geriátrica. Ni voces, ni manos para sostenerla. Se Asomó a lo desconocido desheredada de la vida humana.
      El fallecimiento de mi anciana vecina fue causado por una ventana vacía.

      El psicoanalista Erik H. Erikson en el texto “Infancia y Sociedad” (1983) describe las características de los diversos ciclos vitales por los que atravesamos. En relación al último nos dice que;

      Sólo en el individuo que en alguna forma ha cuidado de cosas y personas y se ha adaptado a los
      triunfos y las desilusiones inherentes al hecho de ser el generador de otros seres humanos o el 
      generador de productos e ideas, puede madurar gradualmente el fruto de estas siete etapas.
      No conozco mejor término para ello que el de integridad del yo [énfasis agregado]. En esa
      consolidación final, la muerte pierde carácter atormentador.
      Si esto no ocurre “la desesperación expresa el sentimiento de que ahora el tiempo que queda 
      es corto, demasiado corto para intentar otra vida y para probar caminos alternativos hacia la
      integridad”.

   ENVEJECIMIENTO ACTIVO   

     Para el 2040, se calcula que la población mayor de 65 años, pasará de 506 millones a 1.300 millones. La Organización Mundial de la Salud (OMS), propone políticas y programas integrales que aspiran a un “envejecimiento activo”, donde destacan las cualidades de autonomía, libertad y dignidad. En la actualidad estamos lejos de este Ideal. ¿Qué ocurre si un anciano/a no desea ser alojado en un geriátrico?
     EL Blog de Gerontología de la Universidad Maimónides hace referencia a la situación vivida en el 2009 por los hermanos gemelos Flavio y Luciano Guglielmo, en el norte de Italia, al negarse a abandonar su hogar, fueron rodeados dos días por la policía que les cortó la energía eléctrica y el gas.
     Se atrincheraron con muebles detrás del acceso a su vivienda y dijeron tener bombas molotov que harían estallar si las fuerzas de seguridad entraban. Resistieron 48 horas. Uno se “entregó” y al otro hermano lo venció la bondad…un policía les pidió un vaso de agua y así pudieron acceder al interior de la casa.
      Necesitamos, como en todas las etapas de la vida, puertas abiertas al encuentro…y al aire libre.       La luz solar aporta energía a las células T, fundamentales para el sistema inmunitario, aumenta sus movimientos y las hace más eficientes.
      El aislamiento, contrario a la tendencia humana de socialización y acompañamiento, a medida que toma carácter crónico resta defensas. Y si la ansiedad es intensa dormiremos mal… la melatonina, que estimula a las células inmunológicas y actúa de noche se verá bloqueada provocando mayor liberación de cortisol e inhibiendo al sistema inmunológico, porque toda la energía será necesaria para controlar el estrés. Fatiga, dolores físicos, problemas de memoria y concentración, agresividad, depresión y tantas otras señales inductoras de descompensación se instalan.
      Desde el abrazo madre – lactante hasta la vida adulta, hay un reconocimiento de bienestar en gestos y voces con los que nos sentimos cómodos, con los que no sentimos necesidad de defendernos. Los encuentros que nos humanizan se construyen en una cercanía confiable, en el acuerdo grupal, junto a las presencias y los intercambios que vivifican las emociones.      

     Mis setenta años me han enseñado a aceptar la vida con jubilosa humildad 
     […]He disfrutado de muchas cosas: de la camaradería de mi esposa, de mis 
      hijos, de las puestas de sol. Veo cómo crecen las plantas en primavera. De 
      vez en cuando tengo la satisfacción de estrechar una mano amiga. En un 
      par de ocasiones he dado con un ser humano que casi llegaba a
      comprenderme. ¿Qué más se puede pedir?

SIGMUND FREUD. Entrevistado por G.S. Viereck

(Glimpses of the Great,1930) “Vislumbres de los grandes” 

   REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 

     Cyrulnik, B. (2002) “El encantamiento del mundo”. Ed. Gedisa: Barcelona, España.
     Erikson, H. (1983) “Infancia y Sociedad”. Ed. Hormé: Buenos Aires, Argentina 
     Ey, Henri, P. Bernard, Ch. Brisset (1980). “Tratado de Psiquiatría”. Ed. Toray-Masson: Barcelona.
     Recalcati, M. (2014) “El complejo de Telémaco: Padres e hijos tras el ocaso del progenitor”. Ed. Anagrama: Barcelona.
     Sábato, E. (2010) “La Resistencia”. Ed. Seix Barral: Buenos Aires.
     Spitz, R. (1965) “Primer año de vida del niño”. Ed. Fondo de cultura económica: Argentina
     Tagore, R. (1975) “Obra escogida”. Pájaros perdidos. Ed. Aguilar: Madrid 
     http:// weblog.maimonides,edu>2009/2008>“La generación Up:/ Los abuelos que se resisten a ir al geriátrico”