ADOLESCENCIA Y DUELO
Pubertad y adolescencia inauguran una etapa de duelo. La infancia retrocede dejando lugar a una nueva integración e identidad que avalará la continuidad del “sí mismo” junto a una mutación de los recursos subjetivos y las modalidades de interacción.
El cuerpo se modifica en respuesta a fuertes estímulos hormonales. Se impone elaborar estos cambios junto a impulsos, fantasías , deseos sexuales y afectivos. Emerge una imperiosa necesidad de independencia del grupo familiar y de los códigos de los adultos tutelares. Pero si no hay un tiempo de asimilación y resolución de estas rupturas la dependencia continuará, desplazada sobre otras personas “idealizadas”. Partenier, ídolo o líder ocuparán el lugar de guía que el adolescente sentirá como asegurador y unificante. La experiencia del compromiso en la amistad, la sexualidad y el amor pueden confluir en una fusión interpersonal , estereotipada, o en un distanciamiento donde el otro es sentido como inquietante y peligroso.
Tanto las demandas del mundo interior como las de la realidad externa plantean desafíos a resolver en medio de un tránsito de ansiedades y contradicciones. Pero lo nuevo se edificará sobre las bases más o menos sólidas de la infancia.
Gestos y palabras de contención, reconocimiento de necesidades y deseos, mutualidad, confianza y vínculos creativos, junto a una cultura resiliente son garantes de estas vicisitudes que jalonan el crecimiento.
Madres y padres comparten este duelo que les demanda un acomodamiento a la pérdida del universo infantil compartido con sus “hijos-niños”. Se requieren otras modalidades de acompañamiento y respuestas…Y según hayan atravesado sus respectivas adolescencias estas movilizaciones serán mejor toleradas o estarán acompañadas de intensa angustia.
El adolescente modifica sus relaciones intrafamiliares en busca de una diferenciación y definición de estilo propio, personal. Necesita dejar atrás lo que considera “viejo e inadecuado” para atravesar el puente que lo llevará a una etapa más estable y de acceso a la adultez.
Estos nuevos roles pueden ir acompañados de actitudes omnipotentes, desafiantes o temerarias, de inhibiciones en diversas áreas y momentos depresivos. Trastornos en la experiencia del tiempo dan lugar a acciones sentidas como urgentes, o imbuídas de una lentitud que las bloquea.
Se necesita vivir “fuera del hogar”, incluirse en un grupo que aporte garantías de cohesión y aceptación. Nuevas vestimentas y palabras compartidas dan forma a estos grupos transicionales donde el adolescente hace depósito de sus ansiedades y fantasías. Una mudanza del grupo familiar puede ser un factor desestructurante en tanto lo priva de este deseo de ser “uno mismo” en compañía de pares.
Las complejas movilizaciones experimentadas en este trabajo de duelo de la infancia es garante de una integración superadora. De lo contrario derivará en una adaptación pasiva, silenciosa, que impedirá el despliegue de los frutos de este nuevo nacimiento.